Para
muchos, alguna vez, ha caído la noche y se han encontrado en ese indescriptible
vacío, ¿con una mezcla de hambre y otro tanto de frío? noches en las que el
presupuesto se limita al pasaje para regresar a casa, a fin de descansar de un
día largo y pesado. Esas noches tienen a su paso, oasis de regocijos, donde la
palabra comida sale por ley.
Con esto no
pretendo hacer alabanza de la comida fácil; es más, nos aterra pensar que solo
en las frituras podemos saciar antojos, en la que grasas y mayonesas discurran
alegremente en una dieta dictada por la falta de tiempo y la vida agitada de
nuestros días.
Sin embargo,
debemos contemplar que hay situaciones que se desprenden de esta forma de
comer, por la que muchos de nosotros mostramos anticuerpos naturales,
establecidos más por la razón que por el estómago. Pues no hay que negar que de
vez en cuando, un antojo no permitido cruce nuestra mente y puede hacernos caer
en la tentación de saturarnos de lo que no debemos.
Así también,
existe un motivo para admirar este tipo de cocina al paso, pero no por la
esencia misma de lo que sucede entre sartenes, sino por el origen del que
proviene su servicio. Gran parte de los negocios pequeños que surgen en las
esquinas de las calles nocturnas de nuestras ciudades, son producto del
emprendimiento de hombre y mujeres que espumadera y freidora en mano estimulan
nuestro gusto a través de su trabajo digno y sacrificado; trabajo en el que con
un poco de imaginación y mucho de buena sazón, comienzan jornadas con diversos
productos que se van transformando en alimentos que calman el hambre del
visitante de turno.
Anticucheras, salchipapas,
hamburguesas, son dueñas de las calles en las puertas de locales
concurridos por jóvenes estudiantes, ocasionales empleados públicos,
antojadizos niños y casi siempre, bulliciosos vecinos, que llegan con sus
caprichos particulares de “más mayonesa aquí, un poquito de ají allá, en fin,
gustos de cada quien.
Es así como se inicio “El PEPA”,
el rey de las alitas broster, que se encuentra en el Cercado de Lima, para ser
más exactos, en la Av. Alborada 549. Este hombre de acento argentino peruana ha
hecho patria aquí hace 10 años, a punta de papas, carnes, panes y
alitas, su fuerte, valga la redundancia. Inicia su
jornada a las 7 de la noche, hora en que los comensales comienzan a aglomerar
en pos de la alita broster más grande, crocante y caliente de la noche.
Cuando conversé
con Sergio, o sea, El PEPA, me decía que los productos que el vendía eran todo
un proceso y que no es solo pararse con el carrito sanguchero y ya. “Hay que
comprar las papas, el resto de insumos, preparar las salsas, hacer los ajíes y
cremas, para poder satisfacer el gusto y las exigencias de nuestros clientes,
que ya saben lo que aquí van a encontrar”, además afirma que el negocio es tan
bueno que vende un promedio de 75 alitas broster, por la gran demanda del
producto.
De pronto la
noche fría y solitaria, se torna en cálida, bulliciosa y concurrida, las luces
que se desprenden del carrito con unos focos improvisados, parecen iluminarlo
todo en esa zona. Los primeros en llegar son algunos niños que dejaron de lado
la cena familiar y la leche para comprar ese crocante gustito.
Siguen en lista,
quienes regresan a casa después del arduo trabajo del día, luego los taxistas y
finalmente cierran la noche, dándole la bienvenida al amanecer, algunos parroquianos
que optaron por hacer de la madrugada un espacio de celebración cualquiera y
que, al promediar las doce de la noche, desean apaciguar el hambre entre
alitas, papas fritas, ensalada y salsas que la casa ofrece. Cierto me olvidaba,
El PEPA se queda hasta las 2 de la mañana.
Todas las noches, la tarea
es la misma. La preparación empieza con la limpieza del pollo y luego la
marinada respectiva con un poco de mostaza, una pizca de ají mirasol,
unas gotas de limón, kión, un toque de sal,
otro de orégano y huevo; finalmente impregna cada alita con chuño,
para luego ir a la sartén y a través de ese chirrido inconfundible, estimular
el apetito de los primeros comensales, privilegiados ellos, porque son testigos
del augurio de una buena noche.
Con S/.2.50, los
asiduos clientes saben que comerán bien y que una porción será suficiente. Y
agregarán a la noche, además de las conocidas cremas que colorean la porción,
la sensación de un pueblo emergente que a través del trabajo sacrificado de sus
hombres y mujeres, reclaman un espacio con oportunidades, basado en el respeto
mutuo, el servicio a los demás, el esfuerzo incansable y la sana competencia,
porque de emprendedores está hecho el mundo, sea aquí o en la China.
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